El cojo y el ciego.

Llegamos ese día un tanto atrasados a abrir el taller, ya que el taxi "Pony" de nuestro amigo Joselito, venía con "panne eléctrica"; falla que hasta entonces el mecánico no había podido detectar; resultando el andar de aquel noble "Pony, a repentinos "ataques de constipación mecánica", haciendo "zangolotear" coche y pasajeros, con frecuentes y divertidos movimientos de "cha-cha-chá", pero en fin, esa es harina de otro costal.

El caso es que luego de abierto el local, lo que se me venía era comenzar a hacer el aseo, el cual terminé dando los últimos escobazos bajo el arbolito protector, que tan fresca sombra nos regala en esos calurosos días de verano y tan fastidiosa alergia en primavera.

Ahí fue que me llamó la atención el abrupto frenar de un auto, desde el cual descendieron dos hombres, abandonando un saco de plástico en la esquina, para luego escapar raudamente. Como quedó volteado, me percaté que habían caído desde su interior unos cuantos zapatos y zapatillas, todos totalmente nuevos, además de muy buena calidad y variadas marcas; pero con el único "detallito" que eran "guachos"; o sea, un solo zapato por modelo. De seguro eran solo muestras, las que habían decepcionado a esos estúpidos ladrones; por lo que luego de su sorpresa abandonarían en el lugar; frustrados, humillados y totalmente avergonzados.

¡De nada servían entonces!, pero hubo "una zapatilla" que inexplicablemente tomé y guardé en el taller como curioso recuerdo. Acto que no tendría explicación lógica, ya que como objeto de colección nunca mereció atención alguna, quedado en lo alto de una repisa por más de un año, si mal no recuerdo.

Varias fueron las veces que se hizo el aseo a esas repisas para eliminar el polvo y ordenar; dándose de baja siempre las cosas que no serían ocupadas y que tan solo quitaban espacio útil, pero siempre esa "adidas" se las arregló para permanecer inexplicablemente más allá o mas acá, siempre a mano.

Cierto día, parado en el portal, vi venir en dirección sur por la vereda, a un señor de unos 30 años, apoyado de dos largas muletas y de su única pierna; ¡¡la izquierda!!. Confieso que fui groseramente indiscreto con la mirada, al sorprenderme del deteriorado estado y la extrema pobreza de su calzado; ya que su sueleta despegada, tal parecía "sacar la lengua" cada vez que abandonaba el suelo. Fueron solamente unos escasos segundos, los que tardaría en adivinar el número que calzaba aquel "singular menesteroso".

Así que definitivamente ante mí, acababa de pasar el futuro dueño de la "adidas", que lustraba de ganas de ruar" allá arriba en la repisa.

Pero con "¡todas las que me sé de cojos!" y de su "famoso mal genio", no quise arriesgarme con un "muletazo" por las orejas; así que llamé a mi "atento e inocente" hermano-escudero Iván apurándole el encargo, ya que entonces el "muleteado mutilado" distaba los treinta metros.

De inmediato Iván captó la idea y "zapatilla en mano" corrió dando pronto alcance al "tridente solicitado".

Desde la distancia y por sus movimientos, celebré la buena recepción que tuvo el encargo por parte del "sorprendido y agradecido cojo", quién finalmente me saluda "zapatilla al viento", para luego descansar en el paradero a "cambiar su suerte".

....¡Ese fui yo!, ya que hasta entonces no me di cuenta que fue Dios mismo, quien me hizo guardar esa zapatilla, hasta el momento que el cojo la necesitara y gozara de la tolerancia justa para cruzarlo en nuestro camino.

¡No haber recogido todos esos zapatos!,.......¡habiendo tanto cojo necesitado!. Por eso a pesar de tener ojos, a veces nos ganamos el"apelativo calificativo" de

..... "ciegos".

FIN